image

¡Kaixo! Y descorchamos,

Manbendra Nath Roy fue un bengalí de ideas marxistas que llegó a Ciudad de México un 15 de junio de 1917. Apenas unos meses después y en su casa tuvo lugar la primera conferencia del Partido Socialista, que luego se renombraría Partido Comunista, y en donde se puso la primera piedra de la Liga Socialista Latinoamericana.

Su casa por fuera luce una fachada en ruinas, y por dentro ya a nadie le da pistas sobre lo que allí se tejió hace casi cien años. En 2011, dos arquitectos franceses renuevan la casa por dentro, utilizan madera, cuero, láminas de oro y azulejos de basalto negro que dibujan patrones del arte puuc y maya (gracias Google). Hoy es M.N. Roy, probablemente el antro más único que existe.

Es una discoteca oscura y pequeña tratada con mimo por un servicio excelente. La preside una suerte de altar sobre la que se alza el DJ. El DJ suele tener buen cartel, sin llegar a las masas, y uno nota que tocar en Roy, o pinchar, es para ellos una experiencia irrepetible, un milestone.

El lugar tiene algo de místico y mucho de exclusivo, tanto es así que apenas dejan entrar a nadie. No se paga entrada y solo accedes si algún trabajador llama tu nombre desde la puerta. Lo sabe todo México y por eso no hay absurdas colas, aquí no hay mordidas y caben pocos. El lugar asusta a las más fresas (pijas) y las atrae a partes iguales – quizás porque lo tienen prohibido. El ultimo Roy, espero que el penúltimo, lo hago con una amiga de origen libanés que me viene buscando. Llega con su amiga, igualmente guapa y joven, de la que tiene a bien encargarse Monsieur Roy. Cuando les digo donde vamos no ocultan su excitación.
Monsieur Roy, llamémosle hoy así, es al que hay que agradecer poder escribir esto. Es un tipo alto y con clase, parece modelo pero vive y muy bien de su intelecto, y es uno más de la familia Roy. No porque le quieran como a un hijo, sino porque desde hace años no pisa otro lugar. Supongo que Roy engancha. A mí me ocurre desde hace semanas, pero roza la obsesión cuando me despierto un domingo y mientras pinto diapositivas me doy cuenta de que llevo tres noches seguidas de Roy. En Roy no hay ventanas, e incluso hay una falsa terraza para fumar. El destino final es siempre la pequeña pista de baile, donde uno entra y sale horas más tarde, con los ojos bien grandes de tanto danzar. En Roy no se liga, o se liga solo mientras se fuma y en pocas frases. Se agradece la no presencia de mocosos. Solo hay gente guapa que quiere bailar y ser nadie, vestirse de negro y dejarse llevar por el DJ que hace de líder espiritual, o quizás político.

 
Cuando leo que en Roy se fundó el partido comunista mexicano, todo encaja un poco. Uno se imagina a aquel indio intelectual y marxista brindando con sus iguales mexicanos por ideas tan naif como utópicas, y así entiende algo más de lo que ocurre en la que fue su casa cuando se baja el telón del día y empieza la música.

 
Roy, el personaje, escribió que “una sociedad libre solo puede ser creada por hombres libres, una sociedad buena solo puede ser creada por hombres buenos”.

 
Me pregunto qué pensaría si pasara una velada en la discoteca que hoy lleva su nombre, si también se engancharía a esa vía de escape de la ciudad imposible, si no es solo en esas circunstancias, de puertas para adentro y en la noche, donde aquí uno se siente más libre.

 
Deberían avisarnos de donde bailamos, y aleccionarnos, cuando entramos en el Roy. Utilizar frases del otrora anfitrión: “El hombre debe tener presente que todo lo que existe en la sociedad fue creado por otros hombres que le precedieron, y que fue creado por y para el progreso y bienestar de la humanidad”.

 
Aunque a uno se lo dijeran al entrar, imagino que es científicamente imposible que se acordara al salir. Pero casi es mejor, despertarse y no recordar. Si no, estaríamos tentados de hacernos la pregunta que, a modo de broma, lanzó Monsieur Roy después de fumar marihuana un día:
¿Y ahora qué?