IsaMunoz

Fotografía: Isabel Muñoz

 

 

En el horizonte asoma Madrid, volver a Madrid.

También para Amelia, está acojonada. Me gustaría hablarle de Enrique Ballester, de su columna sobre irse a Madrid, esa obligación-leyenda que para los aspirantes a triunfar juntando letras se presenta como irresistible agujero negro. Él, desde Castellón, inasequible al desaliento, gato panza arriba, resiste. No resistió su colega Jabois. También es verdad que de Pontevedra se escapa antes que del Mediterráneo. Yo, como gato Enrique, me resisto, pero su Castellón es mi Madrid, acaso puedo resistirme. Acaso puede Amelia, a la que no cuento sobre Enrique y su columna en Las Provincias. Le hablo, es una mujer sofisticada, de La Regenta. Ya está, le explico revelador, Madrid es Vetusta.

SIEMPRE HAY UN REGRESO, reza una cicatriz macarra sobre mi muslo. Es parte de la canción ‘Nos volveremos a ver’ de Calamaro. No era el regreso a Vetusta lo que Andrés y yo cantábamos, no puede ser eso joder.

Con Vetusta en el horizonte, una fina humareda se interpone entre mis ojos y los de Ámsterdam. Separados, a ciegas, yo encuentro el momento de explicarme.

Ahora que no miras te lo agradezco todo,

Ahora que no miras el barrio que es de De Baarsjes, los pájaros de mar y tierra que, en primavera, al alba, comparten gozosos sus ganas de cópula, onírico despertar.

Ahora que no miras la casa, el papel de pared azul con formas bizarras que invita a la psicodelia, recuerdo perenne de la anterior dueña, rubia, judía, soltera, cuarenta años de ojeras y adolescencia, y su perra Lola, adoptada en el país que terminaría echándola, como único legado vivo.

Ahora que no miras lo que enseñas al otro lado del cristal cuando te escribo, ese cruce de aguas. Los canales que se abrazan donde la terraza de Edel, en ese desfilar oscuro y quieto, tan seductor, tan oscuro, como el perfil desnudo de Fátima.

Ahora que no miras Fátima, primero amante luego amiga, primero somalí luego holandesa. Por diferentes resultó imposible, mas nos dejas las cenas, ser el único invitado un viernes de junio cuando se pone el sol y termina el preceptivo ayuno, bendecir en árabe, dátiles primero, fumar en el balcón y lavar los platos a medianoche mientras ella cubre su rostro con fino velo y, agravando su belleza, genuflexión mediante, reza a su Dios.

Ahora que no miras la ausencia de fe, o la búsqueda ausente, entre los que te habitan. La carencia de humildad, el egoísmo para el prójimo, la búsqueda del placer desde uno mismo, a todas horas. Los jóvenes por todas partes, todos solteros, o en parejas que funcionan porque ninguno renuncia a su individualidad, las drogas hechas dócil hábito, las miradas lascivas, sin ambages, de ellas.

Ahora que no miras ellas, el dolor y el placer, la culpa y su ausencia. Sus recorridos vitales indefectiblemente magullados por los vientos del norte, que las despojan de familia, de fe. La última hoy mismo, Laura y su cabello rubio, su cara Claudiaschifferiana, su todo delgado y largo, sus historias que escucho con pasión. Nada de lo que dice, ninguna de tus Lauras, me asusta, otra vez. Su apartamento en Jordaan a medias con su novio, pero en realidad suyo por herencia. La muerte de su padre, de verdad que no fue un suicidio, desde lo alto de una grúa, las depresiones de él en vida que ahora ella padece, vil relevo, su afición a las noches oscuras que se escriben entre ruido, que se sudan entre visitas al baño, bailes con uno mismo, con el humo y con la oscuridad,  y charlas lentas con sonrisa y ojos grandes en la sala de fumar, allí fue donde llegué a Laura. Yo estaba solo cuando ella con sus dedos largos me llamó, y con el mismo gesto hizo a su amiga, la amiga de semblante triste a la que echaron sus padres de casa a los dieciséis, para que se apartara. Me invitó y yo acepté. Me abracé a vosotras. Es la belleza, idiota.

Ahora que no miras tú por la mañana, el tráfico de bicicletas somnolientas en Kinkerstraat, la liberación que es cruzarte – con tus niños de colores y tus corredoras – por Vondelpark, sentir liviano, mientras escucho la canción de la belga, Mala Vida de Nouvelle Vague. Pasearte de noche, detenerme solo en cualquiera de tus puentes, pensar que en esa noche mejor que tú no hay. Tampoco nadie.

Mi amigo Carlos defiende que no hay belleza genuina, sino una conspiración que dicta, cultura y negocio mediante, lo que hay que mirar con deseo. Yo le contesto siempre lo mismo. La mierda huele a mierda aunque no nos lo enseñaran. Y por las mismas tu seguirás fascinando cuando ya no te miremos.

Si ahora marcho a Vetusta te habré hecho justicia, mas no te enterarás, porque ahora no miras pero mañana tampoco.

Por eso las gracias, porque no nos miras, porque te vendas los ojos y nos dejas hacer.