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Verboten -Priscilla Omil

 

Kaixo! Y descorchamos,

 

Suena The Sun de Parov Stelar y Graham Candy.

 
Una banquera bilbaína afincada en Nueva York sueña con hacer bailar a las masas pinchando música en Output, discoteca de referencia en Brooklyn. Se imagina con el pelo corto y de atuendo lo que ella es, una ejecutiva por hacer, y se mira de espaldas. A sus pies, incomprendidos se encuentran en los cambios de frecuencia que ella acciona. Bailan con los ojos cerrados. Ondean sus cuerpos de bandera en el viento que trazan sus cuellos.

 
Amanece en Nueva York

 
Uno comparte un desayuno-comida (lo llaman brunch) con una chica de Queens en un restaurante de la zona noble de la ciudad. El lugar es vegano, como ella. Estoy alerta. Un vegano es para mí lo que un comunista para mi abuelo, les guardo un odio frontal, sin adornos. Cuando miro a los ojos a un vegano pienso en Sepúlveda, me acuerdo de esa mujer con velludas verrugas que tan feliz es sirviendo cordero en el Figón de Tinin. Me la imagino en el paro o, con la mirada perdida delante de un camión de comida (lo llaman food truck) en una metrópoli en la que ella, llamémosla Encarni, ya perdió su historia. Nadie la saluda. Los clientes dejaron de bromear con su vino amargo, ya no hay huesos que dar a Franco y el perro murió de inanición.

 
Encarni mira desconsolada esas palabras tan extrañas, hummus, soja, tofu. Persigue con la mirada a los escuálidos barbudos que se dejaron convencer y tornaron en fanáticos veganos, comunistas del garbanzo. Ella no les entiende, pero su revolución ha triunfado. Encarni saca fuerzas antes de morir de pena para sentenciar: “son gilipollas”.

 
La chica de Queens es afroamericana y viste lo que imagino es un vestido étnico. Pienso entonces que así será como hay que proceder en estos sitios y en estos domingos que por lo menos son casi de ayuno. Luego uno observa que a su derecha y a su izquierda hay mesas separadas por el largo de un tenedor. En la primera come ruidoso un gordito de pelo blanco con gafas de montura rosa a juego con sus pantalones y camisa, donde los botones se aferran al hilo para no saltar. La otra mesa la ocupa una familia judía en la que el hijo mayor murmulla sólo. ¿Serán todo consecuencias del veganismo?

 
Eva, la afroamericana de Queens, pensaba estudiar ingeniería informática en el MIT, pero se inclinó a última hora por hacer cine en Harvard. Hoy es guionista y jurado de algún festival de alfombra roja. Le pregunto si es consciente de que en cualquier pueblo español, y me atrevería a incluir a Portugal, los lugareños conocen su universidad y la mirarían con admiración, como a un extraterrestre. Un extraterrestre no vegano, claro. Su respuesta me sorprende:
“Sure I know, that´s what makes us better than Yale. Anyway, I must reckon, and this is kind of embarrassing, I´ve never been outside the States. I´ll have to be in Toronto for work sometime soon and that will be my first time abroad”
Y sonríe grande.

 
Uno se había comido medio plato de no huevos sino tofu Benedictine escuchándola hablar de cine europeo, mientras asentía y echaba gasolina al monólogo con afinadas preguntas de vez en cuando, entre trago y trago de albariño orgánico, que hasta eso existe. Mientras tanto, jugaba a adivinar la edad de Eva. Para cuando escuché esta respuesta ya había decidido que nos separaban quince años, que ella acariciaba, sino dejaba atrás, los cuarenta.

 
Sigue uno sin entender nada y por fin lo entiende todo. Eva puede viajar pero no viaja, porque no lo necesita.
Su mundo es Queens y las mil razas que lo habitan, su vida son millones de películas que le proyectan la realidad sobre un sofá de mantequilla. Su día es Nueva York, es trabajar duro y embarcarse en atractivos proyectos, y terminar hablando de libros a las cuatro de la mañana en Output con algún extraño, citándole a comer Tofu el domingo siguiente.

 
Pido la cuenta, me apetece McDonald´s.
Amanece en Nueva York

 
Y mientras, la banquera bilbaína, con los ojos cerrados, pincha la siguiente canción.