Fotografía: Bresson
Francisquito es un niño gordo. A Francisquito le gusta que su mamá le regale las coca-colas y los helados de La Michoacana, y sentarse a ver televisión al llegar de la escuela. A veces mira la tele sin verla, o al revés, y entonces imagina que él es protagonista de las fabulosas historias que cuentan en los noticieros; Infidelidades, desgracias, héroes por accidente, amos que muerden al perro. Todo es posible.
Es un lunes o un jueves, y Francisquito eructa divertido ante tan exquisita noticia:
“Bache Humano en la México-Querétaro: Motorista sale herido tras tropezar con retazos de brazo por identificar”
Francisquito agarra raudo su teléfono y, suertudo él, llega a tiempo de fotografiar los restos del brazo sobre el concreto antes de que anuncien unos cables que a él le parecen tentáculos y que se atan al cuerpo y adelgazan. Francisquito envía la imagen al grupo de Whatsapp que tiene con sus dos mejores amigos. Se llaman Jasibe y Octavio, y son sus dos únicos amigos, pero para Francisquito también son los mejores. Kevin a veces también es buen amigo. Es mayor y tiene el pelo blanco, y trabaja en el changarro más cercano a su casa, pero le molesta cuando le dice que no coma tanto dulce. “No mames Kevin, yo te pago y tú me vendes, no hay pedo”. Un amigo te deja comer tanto como desees, piensa o sabe Francisquito. Entonces, Jasibe y Octavio son sus dos únicos mejores amigos.
Jasibe tiene el pelo azul. Su mamá roba los tintes de la peluquería que la emplea en Condesa. Los dueños del salón son bien fresas, y también gays, y la mamá de Jasibe sabe que los gays tienen mucho dinero. Además, está segura de que nadie atiende al inventario de tintes, pues de eso se encarga ella. Le divierte pensarlo y, cuando lo hace, sonríe como el niño que esconde sus dulces.
Pero nos importa su hija Jasibe. Jasibe se divierte peinándose y escuchando reguetón, pero lo que más le gusta es disfrazarse y bailar frente al espejo alto del salón. Ella está haciendo lo que más le gusta cuando recibe la divertida foto de Francisquito. Viste un disfraz de loba, y Jasibe sabe que se ve sexosa cuando se convierte en loba. Su papa vende los disfraces en los bazares, y le regala uno cuando vende más de diez en el mismo día. Jasibe tiene ya dos disfraces, el de astronauta y e l de loba, pero el de astronauta esconde su pelo azul, y eso Jasibe no lo soporta.
Jasibe ve la foto del brazo deshilachado y ríe.
“Eres un pinche marrano”, teclea para Francisquito antes de retomar su baile y de imaginar que el brazo deshilachado es el suyo propio, y que le da cachetes.
A los pocos minutos, agarra su cel y en el grupo avisa: “¡Dense prisa ahora que tienen brazo!”
Y regala a sus dos amigos una foto de sus pequeños pechos.
Francisco la recibe y silencia el televisor. Se tumba de lado y se toca sin dejar de mirar la pequeña pantalla.
Octavio contesta de inmediato: “Eres un hombre güera, ¡Francis tiene más tetas!, ¡Dale gordo, muéstranos tus armas! “
Octavio es rubio y tiene los ojos de un azul intenso. Cuando recibe la foto está saliendo con parsimonia de sus clases de tenis. Octavio es el rico de los tres. Por eso siempre paga los dulces a Francisquito, y a cambio Francisquito no puede enfadarse cuando los viernes, al salir de la escuela y en casa de Octavio, éste y Jasibe se masturban mientras él les espera en el salón.
Los papás de Octavio no le ocultan que trabajan ayudando a llevar la droga a los americanos, y eso le tiene que hacer entender a Octavio que solo así se pueden pagar sus clases de tenis y sus malas notas. Pero a Octavio no le gusta la escuela, ni le divierten los deportes. Octavio quiere pasar sus días leyendo eróticos, tocar a Jasibe los viernes y ver tele con Francisquito mientras hablan mierda y comen dulces.
Francisquito cumple hoy treinta años, y esta mañana, mientras hacía la ruta en el autobús del que ahora es chofer, se ha encontrado con sus dos mejores amigos.
Han pasado diecisiete años desde la última vez que compartieron helado. Era final de curso y Octavio y Jasibe le habían contado que sus papás los cambiaban de escuela. Sin darle mayor importancia habían seguido hablando mierda. Francisquito nunca se había parado a pensar que Octavio y Jasibe cambiarían sus mundos al cambiar sus escuelas.
Hoy les ha vuelto a ver, donde Bellas Artes, donde La Alameda.
Octavio vestía traje blanco y le ha contado que andaba en “el business” familiar. A Francisquito le ha extrañado su pelo largo. También le ha dado la impresión de que en uno de sus dientes Octavio lucía una suerte de diamante. Pero no está seguro de esto último. De todos modos, Francisquito no le recordaba así. ¡Cuánto había cambiado Octavio!
Jasibe iba camino del bazar donde ahora vende ella los disfraces de su papá. Vestía de negro y el pelo en morado. Y se nota que han pasado diecisiete años, porque ahorita Jasibe tenía unos pechos grandes y rosados que a Francisquito le han maravillado.
Es su cumpleaños, y Octavio y Jasibe han aceptado comer unos helados en la Michoacana que aguanta en pie frente a la escuela. Francisquito ha tenido la sensación de que ni a Jasibe ni a Octavio les había gustado ese encuentro, por un momento ha pensado que no les apetecía encontrarse más tarde, los tres juntos, otra vez, para volver a hablar mierda. Pero Francisquito está tan feliz que su insistencia les ha convencido: “¡Es mi cumpleaños!”
Francisquito no ha dejado el autobús en el garaje, y nada más regresar a los turistas de Teotihuacán, ha puesto rumbo a la escuela.
Desde el camión ve a lo lejos a Octavio y Jasibe frente a la Michoacana. Les ve sonreír. Francisquito acelera porque llega tarde. Acelera más y también él sonríe mientras toca el claxon y saluda. Y sigue sonriendo y cada vez les ve más cerca. Se oye un fuerte golpe y luego otros golpes no tan fuertes. También se escuchan gritos de gente que no son ni Jasibe, ni Octavio, ni Francisquito.
Y un riego de sangre baña el cristal del camión. Y una farola rompe ese cristal. E inmediatamente después, un retazo de brazo de Jasibe hace entrada en la cabina y aterriza sobre Francisquito, que sonríe con dulzura.
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