¡Kaixo! ¡Y Descorchamos!

El ébola está en España. En España está el ébola.

Algo falló en el hollywoodiense montaje que el Gobierno puso en marcha para curar a esos dos héroes que por amor a la vida, por amor al amor, entregaban sus esfuerzos a negros moribundos. Acaso a cambio de sonrisas. De esperanza nada más. Los del Twitter lo critican: ¡cómo no dejaron morir a esos hombres!

El ébola está en España por un triste fallo humano. La mujer contagiada se tocó la cara con los guantes. Quizás la preparación no fue la adecuada, pero que nadie espere que la ministra mortífera dimita. “Aquí no dimite nadie” nos solemos lamentar. “#AquiNoDimiteNadie!!” vociferan los miserables del Twitter. Se equivocan, dimite un ministro gallardo, coherente con su empecinamiento en proteger la vida de los que aún no pueden twittear. Pero al Gobierno le interesa lo que piensan los estúpidos ignorantes del Twitter, y por eso la dimisión. Y por eso los trajes de astronauta y la escolta policial y el show mediático alrededor de los misioneros. Nada más lejos de lo que ellos hubieran deseado.

El ébola está en España porque los españoles no nos alteramos cuando mueren negros. Ya sea por las concertinas, por la bravura del mar a su paso por el Estrecho o por una epidemia que quema cientos de sueños todos los días en países que nos la traen floja. Si uno busca en El País o El Mundo lo que encontrará es una página dedicada a un perro.

Repito, a un perro.

Lo que nos toca la patata a los españoles es que puedan sacrificar al perro de la enfermera enferma. Que poca humanidad la de nuestros gobernantes. ¿Cómo pueden ser capaces de acabar con la vida de un indefenso animal por temor a un hipotético riesgo de contagio que aún está por probar? El marido de la enfermera ha puesto en marcha una campaña para salvar a su can, en Twitter. No le falta razón. Mucho menos tardará en movilizar a las masas por Excalibur – así se llama la víctima – que por los hombres, mujeres y niños que lloran en silencio en Guinea, Nigeria y Sierra Leona. En fin. Menos mal que la  enfermera y el médico nunca tuvieron hijos. Me agobiaría yo con unos padres tan obcecados en ayudar al prójimo.

‘Disparando a perros’ es una película producida por británicos y alemanes en 1995. Es buena, pero también cruda. Bestia. Como la misma vida. Quizás por eso ni el nombre nos suene. En ella, además de la historia de un profesor que intenta salvar a una alumna del genocidio en Ruanda, se muestra como los cascos azules de la ONU (Organización de Naciones UNIDAS) contemplan impotentes como la población enloquece y los civiles son masacrados frente a la escuela que sirve de base de operaciones. La razón de su impasibilidad es que no están autorizados a abrir fuego sin ser antes atacados. Su aportación se limita a asesinar a esos hambrientos perros que mordisquean los negros cadáveres que se pudren bajo un sol impenitente. Y de ahí el título.

Pues eso, disparad al perro.

Última gota, a reveure