Kaixo! Y descorchamos!

Un año tuve un profesor que a todos nos cambió, si acaso más de lo que a uno cambia cualquier profesor de los que se cruzan en tu camino. Éramos adolescentes y enfrente teníamos a un tipo alto, desgarbado, con cierto aire a Adrien Brody y nada políticamente correcto. Era profesor y amigo, nos hacía reír incluso cuando nos suspendía, y nos animaba permanentemente a eso que nos empeñamos en llamar pensar out of the box. Monsieur Combeau, así se llama, estaba por Madrid de paso y disfrutaba su tiempo en España. Recuerdo que una vez nos reconoció que le divertía coger su cámara de video –aún no había Iphones- y plantarse en cualquier manifestación que se celebrase en la capital, y charlar con la gente. Me lo imagino haciendo esos reportajes sociológicos de autoconsumo, lanzando preguntas en forma de órdago, provocando a la gente con la sutileza del maestro. Con su metro noventa y sus 70 kilos, pasaba igual de apercibido entre los abrigos de piel y las camisas de las manifestaciones contra ZP que en aquellas algo más subidas de tono de los castigados por una crisis que recién empezaba.

Pienso que habría participado con entusiasmo de mi primer experimento sociológico/activista

No sé si yo estaba en plenas facultades, o la hombría me la dio el vino que me bebí en el trayecto Zurich-Estambul. Quizás se lo tenga que agradecer a esa joven azafata a la que sonreí, y gusté, y se me declaró dándome dos botellitas del turco Kavakliedere. Yo le pedí la segunda y ella añadió una tercera. No se me ocurría otra forma de comunicarle mi gratitud que devolvérselas boca abajo y descorchadas sin que asomara una sola gota.

El caso es que caminaba acelerado por el aeropuerto Ataturk a la una de la madrugada esquivando gente y maletas, y pensaba en el pobre policía del video (que creo es bueno que la gente vea) y en los periodistas guasones de Charlie Hebdo, nuestro El Jueves. Cuando llegué a la cinta de equipajes encendí la música, cogí buen sitio y me dispuse a esperar una eternidad a que asomara mi maleta. Dice la leyenda que operarios de aeropuerto turcos y españoles se retan noche tras noche a ver quién hace esperar más a los sufridos pasajeros.

En la cinta de equipaje había buen ambiente, ni un hueco libre, y la gente se amontonaba intentando coger primera fila, como supongo harán los hombres en un concierto de Beyoncé. Me resultó curioso ver que el 80% de las mujeres esperaban junto a sus maridos y lucían hiyab, y también me extrañó ver cuatro o cinco hombres con el gorrito blanco cuyo nombre y significado desconozco y no voy a googlear ahora. Todo encajó cuando volví a mirar la pantalla que indica el origen del vuelo y esta vez, además de Zurich, vi escrito Jeddah. Solo el nombre ya acojona un poquito.

Me aburría, estaba hiperactivo y necesitaba algo que hacer. En mi móvil sonaba Desire de U2 tan alto que enmudecía el entorno. Saqué mi pequeño cuaderno Moleskine (son esos detalles…) y arranqué dos hojas. Con un rotulador negro escribí el lema ‘JE SUIS CHARLIE’ y sonriendo las dejé en la cinta de equipajes que giraba vacía y negra. Y observé. No había recorrido ni 20% de la cinta cuando el gordo hijo de puta de la foto y sus amigotes se agacharon a coger las hojas, hicieron con ellas sendas pelotas de papel como las que nos tiraba Monsieur Combeau en la cabeza y las arrojaron con desprecio y una risa burlona en la cinta. Ellos no sabían quién era el autor pero querían devolverle el mensaje roto y arrugado. Lejos de amilanarme decidí repetir la gesta y arranqué esta vez 20 hojas de papel. Esperé a que saliera mi maleta y mientras abandonaba la sala dejé cuatro JE SUIS CHARLIE en cinco cintas de equipaje. Quizás si tuve miedo a crearme un problema con el gordo hijo de puta y sus amigos, y por eso esperé a tener la maleta en mano y caminar como quien va dejando panfletos de masajes sobre las lunas de automóvil.

Salí del aeropuerto con una sensación profunda de desasosiego, pensando para mis adentros que esto, este mundo, tiene mala pinta. Que la vida no se respeta y la intolerancia es absoluta. Que nos abocamos a una  guerra entre Occidente y unos Atilas que rebanan cabezas en nombre del Profeta Mohammed. Pero luego entré en el taxi y el animado conductor me daba palmadas en la pierna mientras me mostraba a lo lejos la espectacular mezquita de Suleiman, o para llevar mis ojos al contador de temperatura exterior que marcaba -4 grados y reafirmaba la sensación que dejaba la nieve que golpeaba en desorden las ventanas. Y entonces me acordé de la escena del aeropuerto, y de cómo durante ese 20% de cinta de equipajes, las hojas con el lema JE SUIS CHARLIE pasaron ante los ojos de al menos 20 personas, musulmanes de verdad, no como el gordo hijo de puta y sus amigos.

Y entonces decidí que ese 20% de cinta de equipaje que nos dejan los matones es el espacio para el activismo, para arrojar preguntas a la gente, la cámara curiosa del profesor en la manifestación. Y también me di cuenta de que si en lugar de dos hojas blancas hubiera depositado 40, jamás hubieran tenido tiempo el gordo hijo de puta y sus amigos de arrancarlas todas. Se necesitan acciones, y se necesitan medios, ergo a ti y a tu vecino y al de más allá.

 

A Monsieur Combeau

 

Última gota, a reveure!