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Kaixo!

Mañana me voy a Cuzco.

 

Y jamás había escrito tan cerca del paraíso. Así es este ático-terraza que una vegana neoyorquina alquila en Lima. No es precisamente barato. Aun así poco pide, si acaso pudiera uno poner precio a este momento, domingo de verano noche, fruta y tempranillo. La voz de Julia Stone de fondo.

 

Lima, Dulce Lima.

 
Lo que aquí sigue no es una carta de amor, o quizás sí. ¿Cuántas formas puede tomar el amor? Y lo que es más importante, ¿es legítimo hacerse preguntas tan cursis?

 
Y descorchamos.

 
En el mundo hay elegidos, como Elizabeth Lee Miller. Nació un 23 de abril de 1907. A los ocho años la violaron, y a los ojos del mundo se repuso. A los 19 años fue portada de Vogue, convirtiéndose en musa del momento. A los 25 era una de las fotógrafas de vanguardia en Paris. En el Paris de Picasso y las noches de Montmartre. A los 27 se casó y se fue a vivir a Egipto. Poco después se separó. A los 37 era corresponsal de guerra, en primera línea. Nadie más valiente, nadie más audaz. Relataba las atrocidades alemanas con crudeza y sin velo. Para Vogue.

 
Yo tengo la suerte de haber conocido a J, una peruana de 20 años que si no ha sido portada es porque no la encontró Condé Nast en una acera de Nueva York, como si le ocurrió a Lee Miller.

 
J nació y vivió en una familia de la elite de una capital que en algunas capas sociales se transforma en pueblo. Uno de esos pueblos castellanos de película antigua, donde las campanas de la iglesia marcan el lento caminar de las almas, que aprovechan los descansos del campanero para hacer el amor y cometer el crimen. En el mundo de J todos hablan, todos vigilan. Muchos clavan el puñal del apellido.

 
J nunca pasó hambre. J sufrió las heridas que nadie ve, las que se abren lentas y a una edad temprana, en casa, cuando se cierra la puerta y los invitados ya se han ido. Aun así J recibió amor, y por eso su mirada, que puede parecer triste, no lo es. J no mira sino observa, registra, estudia.
J quiso huir pero quedarse. Y así viaja y viaja pero vuelve. Porque sin ella el castillo de naipes se derrumba. Se necesita tenerla cerca, poder buscarla con la mirada, refugiarse en su aliento.

 
J viaja a China y a la India, a Nueva York y a Paris. Por equipaje suele llevar bondad. Mucha. Y su cámara. También a su hermana, que hace de hermana y la empuja hacia delante. Hacia la luz.

 
J es fotógrafa, y si ella quiere será la mejor. En la foto o en el cine. O quizás solo en la vida, que no es poco.
J habla pausada, se toma su tiempo, escoge las palabras y nada dice en vano. Tiene 20 años pero mucha música, mucho cine, y también literatura. Ha vivido, ha amado, y ha sufrido. Porque J está loca.

 
Loca por vivir. Y aquí cito a Jack Kerouac en ‘On the Road’, porque lo explica mejor que yo.
“the only people for me are the mad ones, the ones who are mad to live, mad to talk, mad to be saved, desirous of everything at the same time, the ones who never yawn or say a commonplace thing, but burn, burn, burn like fabulous yellow roman candles exploding like spiders across the stars”

 
Así es J, y con una persona así uno quiere irse al fin del mundo.

 
El fin del mundo es Cuzco.