The Light Inside

James Turrell – The light inside

 

Fátima se despierta llorando, como acostumbra a hacer. Echa de menos a su madre. La echa de menos todas las mañanas, en esos segundos que preceden su abrir de ojos. Antes incluso de volver a oír los ronquidos de Saïd, de quien nunca terminó de enamorarse, pero qué remedio, se dice, es buen padre. Hoy Fátima llora menos, hoy cumple años el rey, su rey, de pelo naranja y cuerpo redondo. Qué diferente, piensa ella, de su otro rey, el de Marruecos, ese fascista hijo de puta, murmulla antes de incorporarse. Y sonríe, le gusta despertarse guerrera. Y también le gusta escuchar a sus pequeños peleándose por ser el encargado de pintar las caras cuando en una hora hayan instalado la vieja manta y los viejos trastos frente a la estación de Rotterdam. Es el día del rey en Holanda, y además de emborracharnos tiramos cualquier cachivache a la calle para colocárselo al mejor postor. No es un negocio especialmente lucrativo, pero nos permite a los vecinos pasar un día diferente, reírnos con los nuestros, hacer un poco el gamberro. Yo, como Fátima, aprovechaba entonces y me llevaba a la familia, con el tiempo las familias.

Una hora más tarde están allí, Fátima y sus tres hijos. Saïd (vuestro padre es un vago les dice Fátima a sus pequeños), se ha ido a la mezquita. Es la menor de los tres, Rachida, la que tiene el honor de encargarse de las pinturas. Es lo más demandado, y la niña se prodigará pintado banderas holandesas en las caras de sus vecinos, a veinte céntimos las tres rayas.

Por fin, bromea Myrthe, me sale una raya barata. Y le ofrece a la niña un euro con sus dedos finos, atléticos; le acomoda la caída del hiyab. Y en un sprint alcanza a sus amigas. No en vano fue ella la campeona sub-18 de triple salto en el Olímpico de Ámsterdam. Y ese cuerpo labrado en las pistas, ese culo moldeado con aterrizajes imposibles en la arena, eso es lo que hace descolgar el teléfono a su amante latino una y otra vez. Y así ella respira algunas noches, se deja querer, decir absurdeces románticas, se deja en -fin correr. Myrthe toma el tren hacia Ámsterdam con sus 7 amigas de la sorority, sus siete amigas del alma, sus hermanas. Van a pasar King´s Day en un barco, bailando los canales de Ámsterdam. En el vagón hay buen ambiente, extranjeros jóvenes que huyen de Rotterdam en los días señalados, holandeses que hacen lo mismo. Sus amigas y ella sacan cerveza y beben y ríen. Hablan de ellas, de las otras. Hablan de libros, de erotismo. Hablan de luz. Y cuando hablan de luz Myrthe les enseña en su móvil fotos de las instalaciones de James Turrell, el artista de la luz, y detienen todas sus ojos en esa pasarela azul, The Light Inside.

El barco sale en el sur, y tienen que subir hasta el norte, para entrar en los canales. Hay cola, deben esperar. Myrthe está bebiendo prosecco, abrigada con su parca verde agujereada, con el pelo más rizado que nunca, los ojos vivos, el verde muy verde, el negro muy negro. A su alrededor, ella también, bailan todos. Se sonríen, se hablan frases cortas, se miran con los labios, con sus gafas de sol que hoy son máscaras venecianas.

Y entonces, mientras finge que baila con sus amigas, le observa hacer. Su pelo también rizado y su cinta naranja, su cara de extranjero feliz. Se levanta en proa, donde aparca a sus amigos. Se pasea tranquilo a por más champán, bailando secretamente, atrayendo todas las miradas de sus amigas, pobres infelices. Si acaso supieran… Se le acerca.  Myrthe le sonríe, le pone un dedo en los labios y susurra enfadada: “you´re a player”. Y entonces él se quita las gafas de sol, y brillan unos ojos azules grandes sin final, y ella se pierde.

Está ahí, en la instalación de James Turrell, y por sus ojos ha entrado para nunca salir. La pasarela azul avanza lenta como una cinta de aeropuerto, el aire es limpio y ella se vuelve grande, y a sus lados empieza a atisbar montañas sin fin, pueblos de casas blancas y sol perenne, estruendos de risotadas infantiles, por ahí se cuela un ruido familiar. Es Rachida, la niña de las pinturas. Cabalga a lomos de una yegua blanca por la playa, viste de flores de primavera, no cabalga sino vuela. Myrthe se queda ahí, no querrá salir nunca. Será ella o no será, pero será en esa luz, en ese azul.

Y por primera vez en un año, desde King´s Day del año pasado, a Fatima le vuelve a ocurrir. Se despierta y no llora, sino sonríe. Recuerda su sueño, a la pequeña Rachida pintando a Myrthe, a Myrthe saltando hacia sus amigas. Y se acuerda de su día de ayer, de King´s Day. Y recuerda todo ese azul, la montaña, las casas blancas, Rachida montando a caballo. Me quedo aquí, Fátima piensa, me quedo otro año.