HUE

La Batalla de Hue – Unknown

Hace poco me escribió mi segunda mujer. ¿Cuál? La holandesa alta con la que volé toda una semana a pasear por Nueva York. Yo me cogí vacaciones. Ella se fabricó unas reuniones más allá del Atlántico. Madrugábamos y poníamos pies en la concrete jungle, desayunábamos café helado y Dunkin Donuts mientras a lo ancho atravesábamos Manhattan. Cruzado Manhattan, nos besábamos adiós en su oficina. A las siete de la mañana en Nueva York yo ya había tomado café y hecho ejercicio. Empezaba entonces la película, que cambiaba de secuencia a las once, cuando tras cuatro horas ella se consolaba engañándonos: “trabajo esta tarde desde casa”.

Me escribió mi segunda mujer hace poco decía. Estaba ingresada en el hospital. Fui a pasar la tarde con ella. Como ella es Antoñita La Fantástica, me avisó:

“estoy en un piso de gente en estado crítico, ya he visto a gente cagarse y vomitarse encima”

Yo imaginé que lo decía por los familiares. Que había visto a los que visitaban a sus enfermos cagarse y vomitarse encima de espanto. Cuando hacia ella iba en bicicleta imaginé un escenario apocalíptico con gente tullida y gritos, heridas que aún hierven.

Camino de aquel Vietnam en Ámsterdam, donde iba a pasar la tarde con mi segunda mujer, también escuchaba la canción ‘Antes de Morirme’, de C. Tangana y Rosalía. Todo era bastante confuso.
En su planta del hospital había tres abuelos y todo olía a limpio. Cuando sacaron la cena me tuve que contener para no probar de su estofado con puré de patata y arenques. Todo era bastante poco apocalíptico. Al llegar la había encontrado sentada sobre su cama sonriente, aún morena de sus vacaciones en Colombia. Le colgaba del brazo una bolsa de antibiótico, eso sí. Pero la encontré sonriendo, tecleando en su ordenador luminoso – Designed in California. Assembled in Vietnam. Y quizá por eso me pidió que le contara otra vez el cuento de Vietnam.

Y se lo conté.

 

El cuento de Vietnam vivía en un escenario de horror permanente. Era la batalla de Hue. Para el Tío Sam las cosas en Hue estaban en apariencia bajo control, y algunos soldados yanquis llevaban tiempo instalados. En aquellas una estudiante de medicina de la ciudad y un joven soldado tejano se enamoraron con intensidad. Pero llegó por sorpresa el Viet Cong. Enfurecidos y libertarios tiraron la ciudad abajo y con ella a muchos americanos. Meses después la estudiante tuvo una hija, huérfana del joven soldado que a se hizo mayor y se graduó y a su vez tuvo una hija. Y esa hija, le decía a mi segunda mujer holandesa, esa hija medio siglo después… Qué, me preguntó entre risas. Pero en ese momento vimos llegar a la doctora.
Era una señora de unos cincuenta años, algo morena y de rasgos asiáticos que aún descifrábamos cuando sobre su bata blanca leímos su apellido:
NGUYEN

 

Terminé de leer el cuento y al poco me marché.