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Kaixo! Y descorchamos,

 

Suena ´Forever Young´ de Bob Dylan, que pronto tocará en la ciudad más bonita de Europa con el genio argentino de telonero. San Sebastián, Andrés Calamaro.

No hay vino porque es lunes, pero hay agua. En botella.

 
Hace unas semanas, puede que un mes, formé parte de ese rebaño de ovejas sin pastor que es un festival. Barcelona, Primavera Sound. Como escenario el inutilizado y absurdo Parque del Fórum. Absurdo porque es fruto de la paja mental del humanista Zapatero con el dictador Erdogan, cuando aquel bulo de la Alianza de las Civilizaciones, el Fórum de las Culturas, todos de la mano y todos somos uno. Chorradas.

 
O no. Quizás tan mala idea no fue aquello, y algo si queda en este recinto. Así entiende uno que diez mil almas sonrían a la vez, y canten Don´t stop believing juntas, y se prometan amor eterno. Y uno, eufórico, también disfruta de la utopía.

 
Pocos días más tarde regresaba a Estados Unidos, y al pensamiento que me persigue desde que en Perú el bajito de nariz aguileña me condujo a casa de la pelirroja en primera línea de playa:

 

La Raza

 

What´s up bro? Me saluda el negro que limpia las oficinas.

 
Como cada vez que me hace esa pregunta, yo sonrío divertido. Cuando era joven vivía con conserje, se llamaba Paco y era del Atleti. ¿Habrá porteros del Madrid? Paco me recibía con un ¿Qué pasa? amistoso, y a mí me entraban sudores fríos. Aun hoy sigo sin saber cómo contestar esa pregunta sin sentirme ridículo.

 
No pasa nada, aquí estamos, muy bien, el tiempo es lo que pasa, ¡pasa que odio esa pregunta, gilipollas!

 

 

Con el negro (desconocemos nuestros respectivos nombres) la pregunta me divierte. Sigo sin saber que contestar pero me resulta gracioso que me llame hermano, y se lo intento hacer saber con infantil sonrisa. Si acaso él piensa que soy imbécil o que no hablo una palabra de inglés, ese ya es otro tema. Vuelvo a mi sitio y me siento, y tengo una pantalla de cine tras mi pequeña pantalla de ordenador que proyecta 24 horas seguidas la CNN, tanto es así que el fin de semana se me hace más largo que un día sin pan. ¿Cuál será la próxima agresión, el próximo Baltimore, el próximo Charleston? ¿Quien será la próxima madre coraje? ¿El próximo eslogan para agitar cabezas?

 

 

Uno es blanco, y no puede dejar de sentir culpa aunque no sea él quien ha esclavizado a su hermano, quien le ha puesto más fácil encajar en el mono naranja que en el birrete de graduación. Pero la culpa se quita aprendiendo. aprendiendo a saber no culparte de lo que no eres, igual que aprendes a no reírte de las piernas de Irene Villa, del judío de nariz gorda. De las bromas racistas. Y si no te llamas Zapata, aprendes pronto, por lo menos antes de los treinta, que solo faltaba.

 
Quitarse la culpa es el primer paso hacia la normalidad, que existe. Y uno piensa que el racismo quizás sea algo aislado, fuegos que prenden víctimas de coyunturas, del mal gobierno. Y de repente uno se encuentra parejas mezcladas, grupos de amigos de pecas naranjas y ojos rasgados, el jefe negro del taller y el blanco cambiando ruedas.

 
Y se despierta y camina a por un café con Ashley, de Mississippi, que le cuenta sobre su ciudad natal, Jackson. 75% de negros, cuna del blues y de la esclavitud. Y ella le promete que todo va mejor, que cada vez es algo más residual, que solo algunos abuelos mantienen la llama, como una Esperanza Aguirre alertando de los sóviets.

 
Bien, piensas, quizás, después de todo, sí seamos uno, sí seamos todos hermanos. Suena Don´t Stop Believing en Barcelona, diez mil jóvenes se abrazan y quieren cambiarlo todo. De repente uno observa y lo entiende todo, y desaparece la sonrisa.
En todas las manos, botella de agua.