La vie d Adele

 

Kaixo! Y descorchamos,

Cada vez me queda menos para escribir mejor que Jabois. En Manu, el librito en el que de una forma confusa describe lo que le pasa por la mente al nacer su primer hijo, Jabois cuenta como cuando sus amigos empezaron a casarse se hicieron célebres sus discursos en las bodas, y como de pronto le llovieron invitaciones para que hiciera de animador, aun sin conocer al contrayente de turno.

Hace unos días yo di mi primer discurso en una boda, que me preparé como si fuera a recibir un Nobel en Estocolmo, y fue tan celebrado que conseguí que las señoras lloraran y los señores sonrieran. Supongo que decepcionó un poco ver al orador media hora más tarde agitando la servilleta y lanzando vivas a los novios como si del Bernabéu se tratara. Lo malo de la fama es que se te acerca gente respetable a decirte que te lee en estas líneas. Uno de ellos era el padre del novio, un señor que debió nacer con traje y desde entonces en traje ha vivido. Un tío elegante de verdad al que con apellidarse Sánchez le sobra, alto, delgado, y tan celoso de la perfección que su hijo le tiene que rogar que no aproveche las comidas de los domingos para ordenarle el armario a la que ahora es su esposa. En las pocas palabras que cambiamos me hizo ver que le parecía bien que además de mi trabajo me dedicara a juntar letras. Me sentí un poco como un homosexual al que le reconocen el mérito de no comportarse como una drag queen suicida. Lo malo digo, es querer escribir sobre una película como La Vida de Adèle sabiendo que me leen en el trabajo, en la familia y en la elegancia.

Pero de todo tiene culpa una mujer, y yo he conocido a una que me dio la mejor cita del mundo, que supongo sólo puede ser un 31 de julio en Madrid. Tras hablar de amor y de religión, de hijos y de futuro, de lo que se habla mirando a los ojos y pesando cada palabra, me tumbó en un sofá y nos pusimos a ver La Vida de Adèle, que para que se haga el lector una idea, es una película que Carlos Boyero, el hater por antonomasia, califica de extraordinaria.

En ella hay sexo, escenas largas, muy largas y muy explícitas que el crítico de El País califica de turbadoras. A mí me parecieron más bien maravillosas, pues están tan bien hechas que no tienen nada de pornográfico, aunque de esto no estoy seguro. La última vez que vi porno tenía catorce años. Lo dejé cuando el padre de una familia americana que me alojaba un verano rastreó el historial de su ordenador y me dio una charla vergonzante que esquivé como pude echando las culpas a su hijo diabético. Los niños siempre otorgan superpoderes a las enfermedades.

Pero más allá del sexo, lo que fascina de la película es la interpretación sublime de la actriz protagonista, que en todo momento guarda ese inquietante gesto de la foto que acompaña el artículo. A lo largo de tres horas asistimos a su adolescencia y primera vida adulta. Carlos Boyero lo resume mejor que yo:

“Nos despediremos de ella siendo una adulta probablemente devastada, alguien a la que la soledad le va a ofrecer excesiva y torturante compañía. Pero mientras tanto ha vivido y padecido, se ha encontrado a sí misma y se ha vuelto a perder, ha disfrutado de la plenitud que proporciona el amor correspondido y ha sufrido el desgarro de su inconsolable pérdida.”

Entretanto, tres horas con el corazón en un puño, la cara de la protagonista que no se olvidará jamás, y escenas irrepetibles como la de su fiesta de 18 cumpleaños y ese baile solitario y liberado de quien se formula más preguntas y se propone más respuestas que sus iguales.

El director de semejante película es tunecino: Abdellatif Kechiche. En un momento dado, un personaje de origen también magrebí le habla a Adèle en una fiesta sobre el rodaje de una película de acción americana en el que ha participado. Elogia la forma de trabajar de los americanos y le cuenta que le eligieron por hablar un poco de árabe. “En la película éramos terroristas que secuestrábamos un avión, ya sabes, les encanta cuando decimos Allah al Akbar y todo eso”.