Turistas japonesas

Turistas japonesas – Janice Bryson

 

Kaixo, y descorchamos

La murciana le pone magia. La murciana me escribe para decirme que escuche a El Cigala y Bebo Valdés, que hasta un chicharrón del norte como yo va a acabar en lágrimas. Lágrimas negras. Yo no sé lo que es un chicharrón del norte, pero si lo que es un chicarrón del norte, y me encanta que así me considere, pero me llama chicharrón, que suena más a sol murciano, algo más árido y mustio. La sonrío en la distancia como la he sonreído siempre, y dejo que El Cigala cante, no sin extrañeza.

Todo lo que no sea Calamaro me cuesta más.

Estamos en Navarra. Tocamos el cielo que se llama Azpea, y es un restaurante-bodega que deja a Can Roca como un Burguer King de aficionados. El menú es sencillo: lechuga y espárragos, pimientos y foie. Merluza a la brasa. La mejor merluza. Dan ganas de llorar. Le sigue chuletón tierno y termina con leche frita. Durante la comida te plantan siete vinos, desde un dulce que acompaña al foie hasta un reserva que mata con carne. Terminas con pacharán, con la dueña advirtiéndote de que no te tomes otro, que el pacharán engaña, que en media hora te endulza la boca y te besa en la comisura de los labios, para luego abandonarte humillado, femme fatale.

Somos veinte en el restaurante y ya estamos en las copas. El dueño, un vasconavarro, se arranca y canta Sabina. Todos le miramos con ojos de loco, ojos de vino y estómago en éxtasis. Solo hay una pareja ajena al grupo, que no habla. Resulta gracioso observarles, agazapados tras las siete botellas por las que tienen que vivir. A ojos de cualquier extranjero esa pareja ha ido a hundirse del todo, a ojos del restaurante son dos navarros más haciendo lo que les gusta. El amor, que no es otra cosa que compartir pescado y carne y vino y café, y terminar desplomándose juntos en el sofá rendidos a la tierra para despertarse desorientados y ahora sí, entregarse al postre.

Hay algo de difícil en describir la experiencia de Azpea, porque no se recuerda nada. Solo se sabe que se fue feliz, y uno solo escucha ruido y voces gritando y cantando, y gente brindando cada cinco minutos, caras de emoción con la comida, que es conversación, ese tema en el que todo el mundo coincide. No hay tiempo para conversaciones superfluas y no se habla de política, no se habla de nada.

A mi izquierda se sienta la que pasaba por ser la fantasía sexual de un colegio de cuatro mil alumnos. Ella es delgada y muy morena y no mide más de 1, 60. Está comiendo y bebiendo más que el que está enfrente, que ya hace tiempo mandó lejos al Régimen. Él pasaba por ser uno de los macarras del colegio, y aún mantiene esa aura de tío duro y castizo y madridista que los que venimos más jóvenes sabemos respetar, manzana del Edén.

Ella le sirve más carne y él la riega con vino, y terminan cantando juntos. Es Azpea.

No hablan. Comen.