Portrait of Space - Lee Miller

Lee Miller -Portrait of space

Kaixo! Y descorchamos,

Uno escribe desde algún lugar de Nueva Jersey, un 21 de marzo, desvelado en la fría noche. Tempranillo de Navarra. La noche es fría porque participa de la tormenta de nieve que azota hoy el nordeste estadounidense.

 
Según la CNN, y queremos pensar que la CNN no miente, los expertos han bautizado este desastre climático como ÚLTIMA. Hoy, aquí, empieza la primavera, y como reza el apodo elegido para estas nieves, se espera que sea la última ola de frio y viento que sacude este rincón del mundo antes de que los almendros florezcan, si por aquí hubiese almendros. Porqué han bautizado ÚLTIMA en español a una tormenta que se origina y muere en suelo yanqui, en eso no entramos.

 

Uno nace y vive la infancia, pero es una etapa sin cicatrices ni noches, así que termina por olvidarla. Luego crece, funambulista entre la familia y el grupo. Y con esos amigos las primeras excursiones por la libertad. El humo, la música, las mujeres. Viajar, y al viajar explorar. Sigue creciendo y pone tierra de por medio, cuando no mares. Atrás quedan el grupo y la familia -atrás a rebufo, siempre atentos a poner el gato si se pincha rueda. Ya duelen las facturas y se agotó la paciencia. Las cosas se hacen como uno quiere porque si no, no se hacen. Cada vez sobra más gente y falta más tiempo.
Y de repente uno se da cuenta de que a su alrededor gravitan amistades que uno no ha buscado pero si ha encontrado. Se convierten en cómplices del viaje, del experimento, de las luces y de los sonidos. Música y letras, dar y recibir, sin apenas saberlo. Lo sabía Ortega, y en esa circunstancia habitamos. Tan frágiles pero tan seguros. Pasos de gigante.

 
Ejemplo de esto es Roberto, el chileno.
Latinoamérica.

 
Y la razón de mi próximo viaje al Perú.
Latinoamérica.

 
‘Latinoamérica’ es la canción que suena mientras esto escribo. https://m.youtube.com/watch?v=Jgq3DPuouJE

 

Tenía que haberme dado cuenta en aquel bar de Madrid que frecuentábamos mi hermana y yo. Mas mi hermana que yo, antes de que Mamá África la llamara. Éramos íntimos de Araceli, una risueña camarera de Quito o quizás de Guayaquil, quien sabe. Pero aún hoy nos diagnostica cuando nos ve, de tanto en tanto, para darnos monedas para el tabaco.
– ¡Uy, tu estas más gordito!
– ¡Gracias Araceli, que alegría verte!
Latinoamérica.

 

Hace unas semanas estaba con ese amigo chileno en nuestro bar de Zurich, un sábado noche y a contracorriente de las hordas de borrachos. Estábamos solos en la barra charlando con el gorila que custodia la puerta.

 
El gorila –y que esto no suene racista- se llama Mohammed. Es musulmán y negro, y sorprendentemente corpulento. Tiene una lágrima tatuada bajo el ojo derecho. Quiero pensar que se la tatuó en la cárcel, donde se convirtió al islam y eligió nombre. Mohammed en realidad es dominicano. Creció en Suiza, adonde inmigraron sus padres desde el Caribe. Cómo acabó yendo a prisión y encontrando refugio en el Islam, todavía no lo sé, aunque me consoló observar que había adaptado el credo a su origen, y no se privaba de beber ron ni de reír con estruendo.

 
Mohammed es buen tipo, una semana más tarde le volvimos a ver y nos recibió cariñoso, con su sonrisa grande. La otra noche habíamos dejado nuestra conversación hablando sobre un vecino polaco esquizofrénico que atormentaba al chileno. Mohammed no olvida, y lo primero que nos preguntó al vernos es si necesitábamos que le rindiese visita.

 
Habíamos ganado un amigo.
Ya lo dice la canción, no puedes comprar el sol.