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Kaixo! Y descorchamos,

 
La otra noche era la última en Perú y como es menester en estos casos salí a emborracharme con mi familia limeña, en la que además no hay ningún hombre, cosa que siempre se agradece. Tras bailar algo de Rock and Roll, arreglarle el encuentro a una joven judía con su ex novio cristiano y reír viendo como J conseguía despertar del letargo al pinchadiscos a base de movimientos imposibles, terminé con Stephanie en la terraza de mi cuarto, escuchando las últimas canciones y fumando los últimos cartuchos. De frente el Pacifico, la eternidad.

 
Stephanie es una prometedora periodista limeña, y quién no ha soñado con terminar la noche diciendo tonterías al lado de una junta-letras que ríe con entusiasmo y de todo opina con guasa. La música estaba alta, y la terraza del cuarto era tan grande que la compartían varias habitaciones. Tanto es así que apareció por la puerta una joven alta de pelo corto a la que no pude sino sonreír y prometer que se acababa la fiesta. Así fue, Stephanie marchó y yo quedé sólo.

 
Me tumbé sobre la cama, emocionado por unos días de tanto pulso. Sonaba Bon Iver bajito, que es lo mismo que decir apenas sonaba música. El altavoz estaba en la terraza y apuntaba –ahora todo lo dudo- hacia mi cuarto.
De pronto apareció el que imagino era el novio de la joven alta de pelo corto que no podía dormir. Era británico, o quizás australiano, algo mayor que yo y cien veces más en forma, y presentaba los ojos fuera de órbita. Alternaba gritos, vociferaba cosas tan dispares como que iba a llamar a la policía o que me iba a matar ahí mismo, y su cuerpo de Crossfit estaba henchido y la sangre le había subido a la cabeza, que en cualquier momento iba a estallar. Hizo añicos mis altavoces con un movimiento sagaz de pitcher de béisbol y vino a por mí golpeando todo lo que encontraba. Yo solo repetía “I’m sorry” mientras retrocedía hasta dejarme caer boca arriba sobre las sábanas pensando que hasta aquí habíamos llegado, que por lo menos me desgraciaban tras unos días inolvidables. La sangre no llegó al rio; en un momento dado salió a la terraza, quizás a pensárselo dos veces, y yo cerré la puerta de una y con pestillo, apagué la luz y me dormí con lo puesto y la boca humeante. Quién sabe qué hubiera pasado si me lanza el primer puñetazo. No quisiera yo morir tan lejos de casa.

 
Por la mañana vi a la pareja en la distancia, agazapado tras mi ventana. Les observaba desde las alturas de mi cuarto mientras desayunaban en la terraza. Tenían ambos gesto de pocos amigos -siempre ha habido gente muy quisquillosa con el dormir- y si hubiera sido valiente le hubiera montado un numerito y habría deslizado un pequeño papel en el bolso de ella avisándole del psicópata que era su novio.

 
Yo podía sentir la mirada amable de los clientes mientras me iba del hotel. Probablemente recordaban mis gritos agudos y temblorosos pidiendo clemencia…

 

Hoy estoy en terreno seguro, en un pueblo de USA, y si eso ocurre aquí ya se encarga la policía de pegarnos un tiro a los dos y luego preguntar quién era el de los altavoces.

 
En el hotel de larga estancia en el que me encuentro todas las noches se repite la misma escena. Hay una barra nutrida de alcoholes en el hall, en forma rectangular y con capacidad para doce taburetes. En el centro una camarera joven, mona de cara pero con piernas Dunkin Donuts, despacha a los clientes y ríe con ellos. Cada vez que salgo y entro de fumar me sonríe, con la errada esperanza de que algún día yo me siente allí. La barra se llena al paso de las horas, y a las diez de la noche la escena no tiene desperdicio. Desde un rastafari a mujeres finas y hombres americanamente elegantes se conocen y cuentan sus vidas, y ríen alto por el Malbec que beben sin decencia, en copas groseramente servidas como si fueran coca-colas. Hasta arriba.

 

Yo me digo que mejor eso a que estén navegando en una página de contactos o viendo tele(basura). Y además, parecen felices y acostumbrados a esos diálogos a doce bandas.

 

Y mientras ellos beben yo estoy en mi cuarto, descubriendo la película Persona de Ingmar Bergman, debatiéndome entre si soy más Alma o Elizabeth, y preguntándome porque no hay una película así con personajes masculinos. Preguntándome si acaso sería posible. Y preguntándome mil cosas.
Pero por suerte suena ‘You can’t always get what you want’ de los Rolling y uno lo entiende todo. Y sigue andando.
Personas.