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POWER TO THE PEOPLE? Así grita y pregunta el póster de Sarah Maple. Fue un regalo de la Krosboch Gallery en Ámsterdam. Sarah Maple, inglesa, había pasado un par de semanas exhibiendo su trabajo y quizá también vendiéndolo, no lo sé, en aquella galería en Jordaan, un barrio de Ámsterdam que también es el barrio mejor del mundo. Un conjunto de calles medio vacías que en otro tiempo eran habitadas por figurantes de Oliver Twist. Pero esto no importa. Lo que importa es que en aquella galería no eran buenos, no son, con los planes de negocio (los business cases) y fallaron en estimar el éxito que tendría Sarah. No se percataron ellos, holandeses, de las calles medio vacías. Por eso en fin acabé yo en la bici con el póster de Sarah Maple, diez de ellos. La señora de la galería había impreso tantos pósteres que no sabían dónde meterlos. Yo me los llevé porque no entré solo. Entré del brazo de una hamburguesa, una chica de Hamburgo no especialmente delgada que había viajado a ser amante dos días. Por hacerme el guay (el cool) me llevé una docena. Seis nuestros. Otros seis me los llevé por caridad. Me comprometí a custodiárselos al estudiante argentino que curraba de repartidor de Foodora en domingo y pasaba por allí. Apunté mal su número. Desde entonces recuerdo ese día como el día en que dejé de hacer un amigo.

De aquella docena de pósteres tres se los llevó un amigo que vino también a por lo suyo escapándose de su novia, de Suiza, y yo me quedé con nueve. Tiré ocho. El único que sobrevivió lo colgué en un clavo oxidado que pedía auxilio en una de las paredes de los salones. Tengo dos salones. Más tarde lo mandé enmarcar. Agujereado por el clavo oxidado, lo colgué en la terraza. La terraza es alargada y estrecha. Se accede por la cocina. También por el dormitorio. En un primero, la terraza se abre a la parte de atrás, al patio trasero. Un patio extenso donde los árboles esconden el final. Lo forman, el patio, jardines holandeses, nada ordenados pero muy vivos. Son los jardines de los vecinos que viven en bajos. Son jardines que utilizan diez días al año, cuando el perenne invierno da un respiro. Frente a mi terraza esos jardines salpicados de árboles altos que nadie quiere talar. A mis lados los vecinos, sus terrazas, que se pierden en un triángulo, pues no vivo en una manzana. Es una suerte de triángulo isósceles. Mi terraza vigila desde la base del mismo.

Pero volvamos al póster.

POWER TO THE PEOPLE?

Con esa pregunta atiza. Es una pregunta a priori graciosa, una pregunta que vista por vez primera hace a uno sentirse inteligente, vivo. La repasa uno en su cabeza y dice ajam en silencio, pero nunca termina de contestársela. Es una pregunta incómoda, es una pregunta. Por eso, entiendo ahora, por eso tantos pósteres se quedaron sin recoger. Por eso también el argentino me dio mal su número, sabiendo que también él renunciaba a un amigo.
Por eso, eureka, un día la enmarqué, protegiéndola, poniendo un cristal entre ella y yo, y la moví a la terraza, donde no me miraba, donde solo me golpea en la espalda cuando fumo. Los que si se la comen, la pregunta, son mis vecinos. Y los árboles y plantas silvestres que a modo de aviso, frente a la pregunta, no dejan de crecer, como queriendo imponerse, queriendo el poder.

POWER TO THE PEOPLE?