amalia rodriguesAmalia Rodrigues, la reina del fado



 

Contesto a mi amiga: joder cállate, que ya, que ya lo sé.

Me reprocha el silencio. Que se me ha olvidado escribir.

Es mi amiga la que se acostó con su ginecólogo. Así es como la conoce, porque se quiso quedar con eso, como para no, mi compañera. Tengo un amigo que tiene una novia muy de izquierdas. Tan de izquierdas que es de Rivas. Tan de izquierdas que una noche, en las fiestas de Rivas, mi amigo y yo bebíamos con el padre de ella y hablábamos de la causa saharaui cuando un viejo camarada se acercó. El padre, tan de izquierdas, nos presentó como el poeta del blog y el compañero de mi hija.

Dispongo de una noche. La lisboeta de pelo negro me ha organizado el reloj. Me he apeado del metro en la estación de ‘El Rato’, que en portugués se pronuncia el gato. No he estornudado. Desde el gato he emprendido un largo paseo interrumpido brevemente por una o dos cervezas en un quiosco cualquiera, palabras con extraños. Por fin he llegado hasta el mirador de Santa Caterina. El mirador mira, en esta noche parda, al mar de Palha. Esto último me lo ha chivado la joven que manda en este restaurante sin capota. También viste de oscuro, también me ha dado mesa. Ahora estoy en esta terraza, frente al mar de Palha. Estoy sentado donde la que manda, que es sevillana, me ha hecho sentar.

Termino el coctel aperitivo de la cena. De todos los cócteles, y son varios, he tirado por el que lleva tequila, pero solo porque mi compañera, que es hija de ganaderos, bebe tequila como agua, y con agua, y yo no me termino de acostumbrar. El coctel, como la terraza, es elegante, también lo es el mirador. Si miro recto solo veo oscuridad, pero sé que ahí abajo está el mar de Palha porque me lo ha dicho la que manda. A la izquierda un hotel, palacio blanco y lucido, luna por bombín, ventanas grandes y veladas tras las que uno se imagina desnudos a Pierce Brosnan y Halle Berry en El Mundo Nunca es Suficiente. El hotel y el mirador, la noche y los cócteles, brindan el momento a las parejas. Aquí se enamoran. Como en París. A pocos metros de mi lo hace una de ellas. Son dos hombres que comparten postre. El más alto de ellos viste pantalón muy corto, zapatillas y calcetines largos de tenista. Ese look, a priori absurdo, me resulta atractivo. El estilo McEnroe siempre me ha puesto. Algún sábado, pienso, viajaré a Copenhague y, tan al norte, sin temor a ser reconocido, me vestiré yo también como McEnroe.

Mientras pienso hace aparición una mujer mayor, mayor y ostensiblemente rusa. La que manda me señala, equivocada, pensando que acaso esa soviética es mi madre, o a lo peor mi clienta. Ante mi mirada extrañada se disculpa, divertida. No tenía suficiente con ponerme a cenar solo. Quería humillarme. Pero en esto aparece el camarero y le pido carne, ensalada y vino.

Que elija por mí. Que cómo te gusta el vino. Que así como el Rioja. Entonces te traigo este, y señala un Mar de Palha y luego cierra el puño y me mira y me dice:

Así como fuerte.

Ya vuelvo amiga. In Vino Veritas nunca se va. Kaixo, y descorchamos.