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No puedes comprar el sol

Portrait of Space - Lee Miller

Lee Miller -Portrait of space

Kaixo! Y descorchamos,

Uno escribe desde algún lugar de Nueva Jersey, un 21 de marzo, desvelado en la fría noche. Tempranillo de Navarra. La noche es fría porque participa de la tormenta de nieve que azota hoy el nordeste estadounidense.

 
Según la CNN, y queremos pensar que la CNN no miente, los expertos han bautizado este desastre climático como ÚLTIMA. Hoy, aquí, empieza la primavera, y como reza el apodo elegido para estas nieves, se espera que sea la última ola de frio y viento que sacude este rincón del mundo antes de que los almendros florezcan, si por aquí hubiese almendros. Porqué han bautizado ÚLTIMA en español a una tormenta que se origina y muere en suelo yanqui, en eso no entramos.

 

Uno nace y vive la infancia, pero es una etapa sin cicatrices ni noches, así que termina por olvidarla. Luego crece, funambulista entre la familia y el grupo. Y con esos amigos las primeras excursiones por la libertad. El humo, la música, las mujeres. Viajar, y al viajar explorar. Sigue creciendo y pone tierra de por medio, cuando no mares. Atrás quedan el grupo y la familia -atrás a rebufo, siempre atentos a poner el gato si se pincha rueda. Ya duelen las facturas y se agotó la paciencia. Las cosas se hacen como uno quiere porque si no, no se hacen. Cada vez sobra más gente y falta más tiempo.
Y de repente uno se da cuenta de que a su alrededor gravitan amistades que uno no ha buscado pero si ha encontrado. Se convierten en cómplices del viaje, del experimento, de las luces y de los sonidos. Música y letras, dar y recibir, sin apenas saberlo. Lo sabía Ortega, y en esa circunstancia habitamos. Tan frágiles pero tan seguros. Pasos de gigante.

 
Ejemplo de esto es Roberto, el chileno.
Latinoamérica.

 
Y la razón de mi próximo viaje al Perú.
Latinoamérica.

 
‘Latinoamérica’ es la canción que suena mientras esto escribo. https://m.youtube.com/watch?v=Jgq3DPuouJE

 

Tenía que haberme dado cuenta en aquel bar de Madrid que frecuentábamos mi hermana y yo. Mas mi hermana que yo, antes de que Mamá África la llamara. Éramos íntimos de Araceli, una risueña camarera de Quito o quizás de Guayaquil, quien sabe. Pero aún hoy nos diagnostica cuando nos ve, de tanto en tanto, para darnos monedas para el tabaco.
– ¡Uy, tu estas más gordito!
– ¡Gracias Araceli, que alegría verte!
Latinoamérica.

 

Hace unas semanas estaba con ese amigo chileno en nuestro bar de Zurich, un sábado noche y a contracorriente de las hordas de borrachos. Estábamos solos en la barra charlando con el gorila que custodia la puerta.

 
El gorila –y que esto no suene racista- se llama Mohammed. Es musulmán y negro, y sorprendentemente corpulento. Tiene una lágrima tatuada bajo el ojo derecho. Quiero pensar que se la tatuó en la cárcel, donde se convirtió al islam y eligió nombre. Mohammed en realidad es dominicano. Creció en Suiza, adonde inmigraron sus padres desde el Caribe. Cómo acabó yendo a prisión y encontrando refugio en el Islam, todavía no lo sé, aunque me consoló observar que había adaptado el credo a su origen, y no se privaba de beber ron ni de reír con estruendo.

 
Mohammed es buen tipo, una semana más tarde le volvimos a ver y nos recibió cariñoso, con su sonrisa grande. La otra noche habíamos dejado nuestra conversación hablando sobre un vecino polaco esquizofrénico que atormentaba al chileno. Mohammed no olvida, y lo primero que nos preguntó al vernos es si necesitábamos que le rindiese visita.

 
Habíamos ganado un amigo.
Ya lo dice la canción, no puedes comprar el sol.

 

 

¡Viva la Pepa!

Paco de Lucía, madre y hermanos

Paco de Lucía, madre y hermanos

¡Kaixo! Y descorchamos,

 

Tengo un compañero de trabajo, supongo que también un amigo, que se llama Albert. Albert Sánchez es de Barcelona, y es uno de esos tipos aparentemente serios que hacen reír apenas abren la boca.

Él, apasionado de la historia, pasa estos meses viajando por trabajo entre Méjico y Chile. En sus ratos de asueto Albert instruye a los que con él viajan (europeos e indios de la India) sobre los conquistadores españoles. Cuando termina su jornada se mete en la cama y repasa los Episodios Nacionales de Galdós. Y que no le toquen a España, porque desenfunda presto a Hernán Cortés y a todos desarma.

“The next time you make fun of Spain I´m going to bring my espada and chop your cojones” amenazaba hoy un sonriente Albert a un belga que poco entiende de lo que hay en juego. Acto seguido se dirigía a mi para invitarme a escuchar ´Reflejo de Luna´ de Paco de Lucía. “Yo lloro” aseguraba.

Así que le doy al Play, a sabiendas de que si algún día me encuentro llorando con ´Reflejo de Luna´… Oye, en algo habré fallado.

 

Hace unos días visité de nuevo la librería Tipos Infames en Madrid. Esta vez fui precavido y llevé el dinero justo para no salir de allí como acostumbro, que es algo así como salen las señoras del Corte Inglés un mediodía de un 7 de enero cualquiera. En la citada librería recomiendan libros, que señalan con unas pegatinas en la portada que leen ´Canela Fina´. Yo, que soy un tío de buena fe y siempre he creído en los packs y en el 20% Gratis del Cola-Cao, hago caso y paso por caja. Así compré ´Pórtate Bien´(Best Behavior) de Noah Cicero, libro que terminé anoche.

Noah Cicero es considerado el impulsor de la alt lit, o alternative literature. A mí estas etiquetas me excitan desde que leí ´Detectives Salvajes´ de Roberto Bolaño, considerado a su vez el creador del infrarealismo. Olé sus cojones. Pienso que algo bueno han hecho para que en sus páginas de Wikipedia se les otorgue el privilegio de haber forjado un movimiento que nadie entiende. Porque nada quiere decir.

Como autor, e imagino que que como persona, poco tiene que ver Cicero con Bolaño. De Bolaño tengo buena opinión. Cicero es un pobre amargado. Pobre en el más literal de los sentidos, pues se niega a abandonar su sencilla vida y decadente ciudad, Youngstown, en Ohio. Youngstown está reconocida como una de las veinte ciudades más miserables de los Estados Unidos desde que, a finales de los setenta, cerraran las plantas siderúrgicas que la mantenían a flote. Una rápida ojeada a Google Imágenes da color al asunto.

Noah Cicero se niega a aceptar su destino, a sacar provecho de su talento y brillar, y a conocer mundo. Esto no es ningún crimen. Yo mismo conozco al mejor herrero del mundo y nunca salió de su pueblo navarro. Lo que sí es reprochable es que diagnostique a toda la humanidad con el filtro de su Youngstown natal. Si sus vecinos son yonkis apáticos y desgraciados también lo son los americanos, y por extensión lo somos todos. Odio luego existo.

En ´Pórtate Bien´, Cicero cuenta con quirúrgico detalle las más míseras miserias de sus vecinos. Casi todos los personajes son gente hundida y desquiciada sin inquietud alguna. El autor tiende a pintarlos todos como pobres víctimas de la ausencia de sus padres. O peor, de la existencia de un padre alcohólico y vago que repudia a su familia. Las madres quedan relegadas a un segundo plano, como si sus vidas consistiesen en agarrarse a cualquier gilipollas que las maltrate y fueran ellas incapaces de sacar a sus hijos adelante, anuladas por su propia insuficiencia, inservibles.

Yo hoy, 26 de febrero de 2015, quiero mandar a tomar por culo a Noah Cicero.

 

Vuelvo a escuchar ´Refugio de Luna´. Curiosamente, Paco de Lucía se llamaba en realidad Paco Sánchez Gómez. Lucía era el nombre de su madre.

La mía se llama Pepa.

 

Última gota, a reveure

 

February 25th, 2015|Uncategorized|0 Comments

El Perfume

maribel verdu

 

 

¡Kaixo! ¡Y descorchamos!

El invierno de febrero es triste. Lo es al menos en este país de Falcianis y tranvías. Y aún más si te pone de mal humor esa gente que esquía. Esa gente a la que hace feliz madrugar para pasar un día largo doblando las rodillas, haciendo colas, y luchando contra el Gore-Tex cada vez que se hacen de vientre.

Pero hay cosas que de repente a uno le hacen escribir. Como leer a Jabois, del que jamás veréis una frase tan cursi como la que precede a esta.

Acabo de cerrar su libro ‘Irse a Madrid´, no sin antes levantarlo al cielo como si de una Champions se tratara. A las buenas lecturas hay que honrarlas y celebrarlas. ‘Irse a Madrid’ es una recopilación de textos cortos y amenos que cuentan vida. Como hombre errático, mujeriego, y noctámbulo que fue, hacen reír sus ocurrencias y vivencias. Y como escribe con lucidez -quizás gracias y no a pesar de esos años de barras- deja reflexiones que abren heridas. Son esas verdades que hemos aprendido a ignorar porque siempre aparecen en la frase más insospechada cuando no a través del espejo, ese que te desnuda si te paras a mirarlo.

Jabois es ese hombre al que aspirábamos esos otros que llevamos una vida razonable, de la que presumen los nuestros y envidian los vecinos. Pero en nuestra aparente suficiencia todos queremos haber sido algo Jabois, habernos curtido a los 20 años en Pontevedra escribiendo a diario la columna de un periódico de provincias, exagerando el robo del bolso a la farmacéutica o, mejor aún, contando nuestras propias batallas, que siempre son las mejores.

Una de esas le ocurrió hace unos días a un amigo que a lo mejor fui yo. Conoció a una asiática (llamar asiática a una turca le da un plus de exotismo) con cara de cabrón y mirada entre penetrante y perversa. El amigo quedó hechizado, quizás por el embrujo caribeño del ron que se regalaba.

Terminó en casa de ella, tras un largo y adolescente paseo que invitaba a soñar con una noche para los nietos. No pudo ser, y cuanto se alegra uno. Ella tenía un gato gris y peludo, esa clase de mascota que te preguntas para que coño existe.

El amigo es alérgico a los felinos. Y al polvo. Es muy fino él. Y tras veinte minutos rascándose rabioso y con los ojos como vidrio resquebrajándose, hubo de levantarse, agachar la cabeza, y reconocerlo:

“I have to go”

Ella, algo indiferente, se levantó a recoger la ropa que él ya no portaba. El abrigo y el jersey. Abochornada, o quizás esforzándose para no humillarme con su carcajada, le alertó de que el gato peludo y gris había utilizado su ropa para marcar territorio. Manda huevos.

Y así fue como salió de la casa el amigo, tiritando y rascándose, riéndome de mi mismo, que es la mejor de las risas, y con una bolsa de plástico cuyo olor por poco hace volcar al taxista.

Jabois también habla de la primera novia, de como irremediablemente le cayeron cinco años a la espalda cuando ella se terminó. De como ella marchó pero siempre flota su recuerdo, por ejemplo en esencia. En perfume.

Pasarán diez años que cuando cruces con una mujer del mismo perfume, volverás en el tiempo. Volverás por un pasillo rápido cargado de tiras de fotomatón felices, pero también un pasillo invadido por objetos que gravitan, con los que te golpeas y quedas aturdido unos segundos. Largos segundos.

Estarás quizás ilusionado, soñando en el Perú, pero en esos momentos volverá.

Podría ser peor, por ejemplo que tu hermana usase el mismo perfume.

Menos mal que me fui de casa.

 

February 9th, 2015|Uncategorized|0 Comments

El Profesor Charlie

 

Kaixo! Y descorchamos!

Un año tuve un profesor que a todos nos cambió, si acaso más de lo que a uno cambia cualquier profesor de los que se cruzan en tu camino. Éramos adolescentes y enfrente teníamos a un tipo alto, desgarbado, con cierto aire a Adrien Brody y nada políticamente correcto. Era profesor y amigo, nos hacía reír incluso cuando nos suspendía, y nos animaba permanentemente a eso que nos empeñamos en llamar pensar out of the box. Monsieur Combeau, así se llama, estaba por Madrid de paso y disfrutaba su tiempo en España. Recuerdo que una vez nos reconoció que le divertía coger su cámara de video –aún no había Iphones- y plantarse en cualquier manifestación que se celebrase en la capital, y charlar con la gente. Me lo imagino haciendo esos reportajes sociológicos de autoconsumo, lanzando preguntas en forma de órdago, provocando a la gente con la sutileza del maestro. Con su metro noventa y sus 70 kilos, pasaba igual de apercibido entre los abrigos de piel y las camisas de las manifestaciones contra ZP que en aquellas algo más subidas de tono de los castigados por una crisis que recién empezaba.

Pienso que habría participado con entusiasmo de mi primer experimento sociológico/activista

No sé si yo estaba en plenas facultades, o la hombría me la dio el vino que me bebí en el trayecto Zurich-Estambul. Quizás se lo tenga que agradecer a esa joven azafata a la que sonreí, y gusté, y se me declaró dándome dos botellitas del turco Kavakliedere. Yo le pedí la segunda y ella añadió una tercera. No se me ocurría otra forma de comunicarle mi gratitud que devolvérselas boca abajo y descorchadas sin que asomara una sola gota.

El caso es que caminaba acelerado por el aeropuerto Ataturk a la una de la madrugada esquivando gente y maletas, y pensaba en el pobre policía del video (que creo es bueno que la gente vea) y en los periodistas guasones de Charlie Hebdo, nuestro El Jueves. Cuando llegué a la cinta de equipajes encendí la música, cogí buen sitio y me dispuse a esperar una eternidad a que asomara mi maleta. Dice la leyenda que operarios de aeropuerto turcos y españoles se retan noche tras noche a ver quién hace esperar más a los sufridos pasajeros.

En la cinta de equipaje había buen ambiente, ni un hueco libre, y la gente se amontonaba intentando coger primera fila, como supongo harán los hombres en un concierto de Beyoncé. Me resultó curioso ver que el 80% de las mujeres esperaban junto a sus maridos y lucían hiyab, y también me extrañó ver cuatro o cinco hombres con el gorrito blanco cuyo nombre y significado desconozco y no voy a googlear ahora. Todo encajó cuando volví a mirar la pantalla que indica el origen del vuelo y esta vez, además de Zurich, vi escrito Jeddah. Solo el nombre ya acojona un poquito.

Me aburría, estaba hiperactivo y necesitaba algo que hacer. En mi móvil sonaba Desire de U2 tan alto que enmudecía el entorno. Saqué mi pequeño cuaderno Moleskine (son esos detalles…) y arranqué dos hojas. Con un rotulador negro escribí el lema ‘JE SUIS CHARLIE’ y sonriendo las dejé en la cinta de equipajes que giraba vacía y negra. Y observé. No había recorrido ni 20% de la cinta cuando el gordo hijo de puta de la foto y sus amigotes se agacharon a coger las hojas, hicieron con ellas sendas pelotas de papel como las que nos tiraba Monsieur Combeau en la cabeza y las arrojaron con desprecio y una risa burlona en la cinta. Ellos no sabían quién era el autor pero querían devolverle el mensaje roto y arrugado. Lejos de amilanarme decidí repetir la gesta y arranqué esta vez 20 hojas de papel. Esperé a que saliera mi maleta y mientras abandonaba la sala dejé cuatro JE SUIS CHARLIE en cinco cintas de equipaje. Quizás si tuve miedo a crearme un problema con el gordo hijo de puta y sus amigos, y por eso esperé a tener la maleta en mano y caminar como quien va dejando panfletos de masajes sobre las lunas de automóvil.

Salí del aeropuerto con una sensación profunda de desasosiego, pensando para mis adentros que esto, este mundo, tiene mala pinta. Que la vida no se respeta y la intolerancia es absoluta. Que nos abocamos a una  guerra entre Occidente y unos Atilas que rebanan cabezas en nombre del Profeta Mohammed. Pero luego entré en el taxi y el animado conductor me daba palmadas en la pierna mientras me mostraba a lo lejos la espectacular mezquita de Suleiman, o para llevar mis ojos al contador de temperatura exterior que marcaba -4 grados y reafirmaba la sensación que dejaba la nieve que golpeaba en desorden las ventanas. Y entonces me acordé de la escena del aeropuerto, y de cómo durante ese 20% de cinta de equipajes, las hojas con el lema JE SUIS CHARLIE pasaron ante los ojos de al menos 20 personas, musulmanes de verdad, no como el gordo hijo de puta y sus amigos.

Y entonces decidí que ese 20% de cinta de equipaje que nos dejan los matones es el espacio para el activismo, para arrojar preguntas a la gente, la cámara curiosa del profesor en la manifestación. Y también me di cuenta de que si en lugar de dos hojas blancas hubiera depositado 40, jamás hubieran tenido tiempo el gordo hijo de puta y sus amigos de arrancarlas todas. Se necesitan acciones, y se necesitan medios, ergo a ti y a tu vecino y al de más allá.

 

A Monsieur Combeau

 

Última gota, a reveure!

January 8th, 2015|Uncategorized|0 Comments

Como estudiante el día de la primavera

hemingway

Kaixo! Y descorchamos!

Tiempo atrás descubrí a Hemingway, y en plena euforia post lectura de ‘Fiesta: The Sun Also Rises’ y ‘A Farewell to Arms’, alguien le mandó a la lona. Vino a decirme que Hemingway no valía cinco minutos de nuestro tiempo. Él le ignoraba orgulloso desde que aprendió que el americano-cubano-europeo, el muy cobarde, había puesto fin a su vida pegándose un tiro en su casa de Ketchum, Idaho. No recuerdo ahora quien me animó a autocensurarme. Apuesto a que fue un hombre. Solo los hombres padecen esos ataques inexplicables de virilidad, de juzgar de cobarde todo aquello que si bien reprochable, escapa a su entendimiento.

No le hice caso. También yo soy hombre.

Meses antes de morir, de suicidarse, por fin publicó ‘A Moveable Feast’. Son memorias de sus años de joven periodista enamorado en -y de- Paris. Enamorado de su mujer, de la comida y del vino, de su trabajo. Embriagado de juventud.

Hemingway merece la pena por trozos como este, que me acompañó ayer, vino chileno mediante, en algún lugar de Estambul.

“I closed up the story in the notebook and put it in my inside pocket and I asked the waiter for a dozen portugaises and a half-carafe of the dry wine they had there. After writing a story I was always empty and both sad and happy, as though I had made love, and I was sure this was a very good story although I would not know truly how good until I read It over the next day”

E.H. A Moveable Feast

Mucho se escribe sobre la muerte de Hemingway. Seguramente nunca aceptó la vejez, no fue capaz de vivir con el recuerdo de Paris, de San Fermín, de sus aventuras. Se veía sólo en Idaho y el solo quería ser joven…

Ya lo dice Calamaro: “Que más quisiera que pasar la vida entera como estudiante el día de la primavera”

A.C. La Parte de Adelante

https://www.youtube.com/watch?v=wmms3zbRCVQ

 

Última gota, a reveure!

December 13th, 2014|Uncategorized|0 Comments

Y en el atasco, las rosas

la foto (7)

 

Kaixo! Y descorchamos!’Well, the clock says it´s time now´ reza Jim Morrison en Soul Kitchen.

Beber antes de volar. Os lo recomienda. Cuándo os pregunten quién, responded ‘In Vino Veritas’ con semblante serio, asertivos.

La verdad sobre piedra escrita. Para los miedosos, para los hiperactivos, para los sosos. También para los niños.

Beber antes de volar.

Y cerrar los ojos. Y despertarse hechizado y aturdido entre las luces de Estambul. Caminando cuesta abajo, dejando atrás la torre de Galata, de frente envidiando a esos medio hombres que llevan toda una vida pescando en el puente que enlaza el silencio celestial de Santa Sofía con el júbilo insomne de Taksim. Cenar mezze -tapas- y entregarse al raki. Y raki que te quiero raki acabar bailando en Berlin, en esa Berlin que toda ciudad anhela pero Estambul mejora. Y conocer a Gözde u Özge para rebautizarlas como María. ¿O no le quitaron ellos el Santa a Sofía? Sonreír y abrir los ojos, reconfortado, confiado…

En cada cerrar de ojos uno halla su Estambul.

Y después de semanas duras de primer mundo, de pensar más de lo debido, de castigarse sin motivo aparente, uno puede y debe recurrir a esas imágenes, proyectarse en su felicidad, justificarse. ´Cuando fuimos los mejores´grita Loquillo. Somos singulares, únicos en nuestro talento, que nadie iguala.

No hay otro como tú.

¿Porqué, no es la diferencia lo que dignifica al ser humano?

Tú y yo, distintos, juntos. Separados. Y nadie nos obligará a ser iguales en la mediocridad. Y desde luego no será Pablo Iglesias quien los españoles elijan para tan oscura labor. “El comunismo reparte pobreza” escuché en algún país. Et ouai!

Ha llegado tarde Pablo, en 2014. Aunque aún nos quedan 1,400m para emular a Fermín Cacho, ya hemos recorrido 100 juntos, diferentes, de la mano. Desde el 75 ha llovido, y aunque hay malas ramas, seguimos fértiles. Y como en los atascos de Estambul, seguimos pacientes. No nos bajamos de nuestros coches, no vamos a abandonar la máquina que construimos todos para volver a caminar. Porque en este mundo solo camina el hambre.

Aguantar a flote. Porque la constancia tiene premio.

Y de repente, en el atasco, las rosas.

A reveure!

December 6th, 2014|Uncategorized|0 Comments

#DisparaAlPerro

¡Kaixo! ¡Y Descorchamos!

El ébola está en España. En España está el ébola.

Algo falló en el hollywoodiense montaje que el Gobierno puso en marcha para curar a esos dos héroes que por amor a la vida, por amor al amor, entregaban sus esfuerzos a negros moribundos. Acaso a cambio de sonrisas. De esperanza nada más. Los del Twitter lo critican: ¡cómo no dejaron morir a esos hombres!

El ébola está en España por un triste fallo humano. La mujer contagiada se tocó la cara con los guantes. Quizás la preparación no fue la adecuada, pero que nadie espere que la ministra mortífera dimita. “Aquí no dimite nadie” nos solemos lamentar. “#AquiNoDimiteNadie!!” vociferan los miserables del Twitter. Se equivocan, dimite un ministro gallardo, coherente con su empecinamiento en proteger la vida de los que aún no pueden twittear. Pero al Gobierno le interesa lo que piensan los estúpidos ignorantes del Twitter, y por eso la dimisión. Y por eso los trajes de astronauta y la escolta policial y el show mediático alrededor de los misioneros. Nada más lejos de lo que ellos hubieran deseado.

El ébola está en España porque los españoles no nos alteramos cuando mueren negros. Ya sea por las concertinas, por la bravura del mar a su paso por el Estrecho o por una epidemia que quema cientos de sueños todos los días en países que nos la traen floja. Si uno busca en El País o El Mundo lo que encontrará es una página dedicada a un perro.

Repito, a un perro.

Lo que nos toca la patata a los españoles es que puedan sacrificar al perro de la enfermera enferma. Que poca humanidad la de nuestros gobernantes. ¿Cómo pueden ser capaces de acabar con la vida de un indefenso animal por temor a un hipotético riesgo de contagio que aún está por probar? El marido de la enfermera ha puesto en marcha una campaña para salvar a su can, en Twitter. No le falta razón. Mucho menos tardará en movilizar a las masas por Excalibur – así se llama la víctima – que por los hombres, mujeres y niños que lloran en silencio en Guinea, Nigeria y Sierra Leona. En fin. Menos mal que la  enfermera y el médico nunca tuvieron hijos. Me agobiaría yo con unos padres tan obcecados en ayudar al prójimo.

‘Disparando a perros’ es una película producida por británicos y alemanes en 1995. Es buena, pero también cruda. Bestia. Como la misma vida. Quizás por eso ni el nombre nos suene. En ella, además de la historia de un profesor que intenta salvar a una alumna del genocidio en Ruanda, se muestra como los cascos azules de la ONU (Organización de Naciones UNIDAS) contemplan impotentes como la población enloquece y los civiles son masacrados frente a la escuela que sirve de base de operaciones. La razón de su impasibilidad es que no están autorizados a abrir fuego sin ser antes atacados. Su aportación se limita a asesinar a esos hambrientos perros que mordisquean los negros cadáveres que se pudren bajo un sol impenitente. Y de ahí el título.

Pues eso, disparad al perro.

Última gota, a reveure

October 8th, 2014|Uncategorized|0 Comments

Los Cables de Lima

J.B.

¡Kaixo! ¡Y descorchamos!

Me aconseja un amigo chileno que abandone a mis francesas y me deje inspirar por la música de ‘Los Tres’, grupo con cierto recorrido en aquel país, a la hora de desenfundar mi estilográfica Montblanc, comprada en el famoso mercado de falsificaciones de Shanghái por lo mismo que vale un Chupa-Chups. Pesa tanto que resulta incómoda. Escribe igual que cualquier boli de los que regalan en ferias y en campañas electorales, que viene a ser lo mismo. Mal negocio.

Le hago caso. Play. Suena la canción ‘El Rey del Mariscal’. Me ha vendido su música como folk chileno pero al escucharla solo viene a mi cabeza un señor italiano y velludo, gordo y bigotudo, escoltado por su prole. Siglo XX, blanco y negro. Viajan en un vagón de tercera, armados con acordeones que buscan relativizar el tedio del tiempo que aleja Roma de Nápoles. A su alrededor los pasajeros comparten vino. Vino en bota. A la bota le precede una mozzarella de Búfala de proporciones bíblicas. El cabeza de familia da un largo trago y reparte el queso entre su mujer e hijos, sonrientes todos cuando al morder, el líquido desliza por la comisura de los labios en cosquillas imposibles. Me gusta la canción, pero decido bajarme del tren y volver a las voces femeninas. Cuestión de confianza, animal de rituales.

Al lío.

Existe una ciudad especial. Aburrida en invierno – y a veces también en verano -, vive aislada de las miserias de nuestro tiempo. No se atisba crimen, los locos vagan felices con su locura, y los que menos tienen lo tienen todo. El monte Gurugú y los duros ex soviéticos quedan lejos, y judíos ortodoxos cohabitan con peluqueros sirios y árabes de oro.

Es Zurich. Zurich, y para enamorarse hay que vivirla un domingo de sol de septiembre. Desconectarse y pedalear hasta ‘Fork & Bottle’ para desayunar-comer-beber. Brunchear, que dicen los idiotas. Y lo serán hasta que la RAE diga lo contrario.
Primera semana de septiembre. Familias jóvenes se reencuentran y ríen tras el descanso estival. Se nota a la gente en paz. Hablan pausados mientras beben Mimosas (una guarrada que mezcla zumo de naranja y Prosecco) y comen huevos escalfados. O Eggs Benedict,  que decimos los idiotas. Para muchos, septiembre es el verdadero enero. Es el comienzo, el momento de poner los contadores a cero, compartir vino y cigarro con los de cerca e ilusionarse por el Nuevo curso que empieza. Uno se llena de nobles propósitos. Desea aprender más y trabajar mejor, querer más y también querer mejor. Septiembre es el mes de la gente, donde todos tenemos nuestras capacidades intactas y quien más quien menos se promete cambiar su mundo desde ya.

Lejos de Zurich vive Lima, de la que nada sé, pero que según me cuentan bien podría llamarse la ciudad de los cables. Los cables tejen una telaraña urbana que protege a los mortales de un cielo blanquecino, gris, anodino. Uno se acostumbra a los cables, y termina por darles color y llenarlos de luz. Están siempre ahí. Enredados y sin poder desenredarse.

Todos tenemos un mar de cables sobre nosotros. Unas veces protegen y otras, las más, ensucian. La ecuación se resuelve escapándose cada poco a sitios como ‘Fork & Bottle’, volviendo cada día a nuestro septiembre particular. A la ilusión de pintar una y otra vez los cables de Lima.

Je vois la vie en rose…

Última gota, a reveure

 

September 9th, 2014|Uncategorized|0 Comments

En la cárcel no hay casas rojas

 

¡Kaixo! ¡Y descorchamos!

Pero café. Solo. Negro. No solo de vino bebe el hombre.

Es domingo. Domingos. Los amas y los odias, irremediablemente. Quién no sufrió esos domingos de pavor con quince años, cuando uno se despertaba sin ganas de vivir. Porque esos domingos vivir era estudiar, hacer deberes, encerrarte en tu habitación a fingir que sacabas partido al reloj. Si además tu familia era de códigos inviolables, más sal sobre la herida. Tenias que viajar una hora en misa. Una hora que se te hacia un año de penitencia desde que tu madre, a la que no le gustaba llegar tarde pero tampoco sabia evitarlo, gritaba como si acaso el cura y los feligreses esperasen para comenzar la homilía.  Te sentabas en esos duros bancos de madera, siempre brillantes, y dejabas volar tu imaginación mientras la palabra del Padre, siempre sabia, te resbalaba por los oídos como zumbido agradable, como la voz francesa que me canta en este momento.

Estaban también los buenos domingos, que se alternaban con los anteriores en un bucle sin fin. Esos días no había despertador, y si mucha tele. Multicine, motos, coches, tenis, fútbol. Lo que fuera mientras hubiera cerca un sofá y algo de prensa. Y siestas. Despertarte babeando en otro lugar. Como un púgil que no se incorpora pero tampoco siente dolor. K.O, sweet K.O

Con la edad los domingos de estudio fueron de trabajo y ya no hubo tiempo que poder perder. Por suerte y aunque mas raros aún existen los domingos de placer, y esos días no temes al lunes, y buscas paz en un sitio cómodo. Y cambias el sofá por la silla decrépita y acolchada de una librería inglesa de Shanghai ,mientras Edith Piaf te susurra al oído. No la quieres entender. Solo pides que no se separe de ti. Jamás.

Al lio.

Minuto 116. Gol de Iniesta. Todos nos acordamos. Liberación. Sin salvar las distancias, algo parecido sentí cuando brilló en mi pantalla el siguiente titular: Carlos Fabra a prisión. Y a mi memoria vino mi propia imagen un mes atrás, en ese paraíso del levante, sacando medio cuerpo por la ventana para gritar indignado frente a una tapia roja. Que protege su casa roja.

La casa roja es la metáfora de nuestro tiempo. Se encuentra en una urbanización de toda la vida en la que se confunden antiguos apartamentos y casas con solera, y donde unas cincuenta familias veranean desde hace décadas. Abuelos que se retan al dominó mientras sus nietos coquetean en el juego del verano.

La casa roja no había estado allí siempre. Debió levantarse el mismo verano que vimos arder el monte. Ese monte guardaba las espaldas de la urbanización. Por delante el Mediterráneo, la eternidad. El monte alejaba las casas de los curiosos, horteras y mafiosos. El fuego acabo con él, pero por suerte se detuvo cuando rozaba las viviendas. Nada de milagros. Ni San Antonio ni Santa Rita. Quizás San Carlos. Unos meses mas tarde el monte había mudado en un desordenado paisaje de casas obscenamente grandes y horteras, con privilegiada vista al mar. El cacique era el mandamás de la provincia y aunque de carnet azul, quiso tener su casa roja. No sobre sus cenizas, las del monte, sino abajo con las familias de bien.

Poco le importó que la norma urbanística dictase el blanco para las fachadas, por aquello de la armonía, por no romper el paisaje continuado entre montaña y mar. Le gustaba el rojo. Y las casas grandes. Había un problema. Es una urbanización de los años cincuenta, de calles estrechas y parcelas suficientes pero no infinitas. Daba igual, era el mandamás y construiría la tapia roja que protegía su casa roja un metro mas allá de la legalidad, ganando espacio a la acera. Y al bordear la casa uno advertía divertido como las farolas que iluminaban la calle, la calle de todos, se encontraban dentro de su propiedad. Entre la tapia y la casa. A modo de aviso: “La luz es mía. Yo la doy y yo la quito”.

Temido y respetado, y también querido, era un capo en el cuerpo de un entrañable vecino, con el dramático añadido de una fatalidad infantil que le privó de uno de sus ojos. Ya de adulto y con su ojo de cristal ,supo adivinar siete veces la combinación ganadora de distintos premios de lotería. Y el pueblo decía querer saber donde compraba el cacique sus boletos, pero nunca puso mucho esfuerzo en la pesquisa cuando diciembre asomaba por el calendario. Todos sabían que su suerte no era tal, que solo era una cutre artimaña para justificar ilegales y cuantiosos réditos.

Recientemente la tapia roja retrocedió. La farola volvió a ser de todos. Ya era tarde. Demasiados millones sin justificar para nuestros días de indignación y miseria. Sus hasta entonces amigos jueces le abandonaron. Sus años de favores, de mordidas, de omnipresencia en lo público y en lo privado, tocaban a su fin: Carlos Fabra a prisión. Jaume Matas fotografiado de camino al correccional. El Molt Honorable Pujol entona el mea culpa tras 30 años de mentira y crimen.

Es para celebrar, ser honrado vuelve a estar de moda.

Je ne regrette rien…

Último sorbo,

A reveure

La Jaula de Kalilú

Kaixo! Y descorchamos!

Es justo reconocer que se requiere algo más que amor patrio para pasar más de diez minutos en Shanghái a las dos de la madrugada de un martes parando al noctambulo personal con la inquietante pregunta de: “Where can I buy Spanish wine NOW?” Ellos no hablan ingles. Tú no te manejas aun con el chino. Pasas a la mímica. Decides torcer la mano, acercártela a la boca mientras estiras pulgar y dedo menique, en claro gesto de “mira, estoy bebiendo!” Todavía no has aprendido que el gesto que tu creías igual de extendido que la V de Victoria, en China significa seis.

Por primera vez, y como te sabes inasequible al desaliento cuando se trata de encontrar vino, es el chino (con suerte es ella) quien se siente como Bill Murray en Lost in Translation. Y tú te ríes, porque joder, es gracioso imaginarse a un gilipollas a las dos de la mañana haciendo que se bebe el número seis.

Acabas resignándote, eligiendo entre vino francés y neo-zelandés como únicas opciones de esas tiendas que nunca cierran y te hacen preguntarte si no podrían haberse ahorrado pagar la puerta. Como es natural no tienes que meditar largo la decisión. Francés ni loco, regla fundamental, y piedra a piedra acabaremos vendiendo mas que ellos.

Al tema.

‘La Jaula de Oro’ es una recomendable película mexicana. Los críticos la catalogarían de drama, pero siempre me ha incomodado eso de etiquetar. Si fuera el que manda en el cine, Oscar por ejemplo, distinguiría solo entre ciencia ficción o ficción a secas. El espectador consideraría él solito que sentimientos le evoca cada historia.

En ‘La jaula de Oro’ tres niños guatemaltecos emprenden el clásico viaje de no retorno. Siempre serán demasiados niños mientras exista uno solo. Cargados con sus piernas como todo equipaje, despiden a sus familias, en el mejor de los casos, y fían su vida al destino o a la providencia con la firme idea de poner pie en Estados Unidos. No es el sueño Americano lo que les llama, es la violencia y el hambre lo que les echa. Es un viaje incierto, un mano a mano con la muerte en el que alquilan su alma al Diablo. Y si el diablo existe, seguramente toma la forma de esos desalmados que, en México o en Marruecos, se lucran comprando y vendiendo personas, haciendo dinero de la desesperación de los desesperados.

‘El Viaje de Kalilu’ es un breve y sencillo libro, que probablemente no cuente más de 500 palabras distintas, y quizás por ello el golpe es doble. Y es que su autor, Kalilu, de origen gambiano, escribe desde su misión cumplida, desde su residencia en España.

Afirma escribir con la idea de evitar que más compatriotas africanos se lancen a lo imposible. Un viaje que no suelen terminar nunca. En el trayecto sufren, viven, y también cometen horrores. Es un libro duro. Sienta como un puñetazo imprevisto, descoloca, sorprende. Se llora y se pasa mal. Pero animo a que lo compréis, si es que no anda ya descatalogado. Entenderéis qué hay detrás de todos esos negros que vemos en pantalla trepando vallas, comprenderéis que el alambre de espino del ministro va a ser el menor de los obstáculos que el viaje les habrá puesto delante.

Tanto en la película como en el libro se enseñan dos huídas, dos intentos de escapar de la jaula de Kalilu a la jaula de oro.

Poco podemos hacer nosotros, pero no hacemos nada de lo que podemos. No debemos sentirnos culpables. Pero si debemos saber, y sabiendo también ayudamos. Si todos nos hiciéramos una lejana idea de como es ese calvario sería más difícil poder darle la espalda.

Animo pues a ver la película, a leerse el libro, a interesarse. No todos tenemos espíritu misionero, pero muchos por suerte si lo tienen. Acnur (www.acnur.org) jamás tendrá suficientes fondos para dar esperanza a los cincuenta millones de refugiados que están huyendo. Más por ellos (http://www.masporellos.org/) siempre encontrará orfanatos a los que ir, niños a los que asegurar comida y educación. Para que no tengan que huir.

Último trago

A reveure!